La religiosidad
y el comercialismo quieren acabar definitivamente con el cristianismo. Detrás
de esto está el amo malvado de este mundo, como siempre contrario a la
salvación, al que la humanidad prefiere servir aunque sea este, su peor y más
peligroso enemigo que pretende matarla y acabar con ella.
Cómo se
celebra La Santa Cena también es una muestra de si se está o no viviendo el cristianismo,
de si se sigue a Cristo o se sirve al dinero o a la religión. No es que la
Santa Cena limpie los pecados como enseña la Iglesia Católica, ni que sea un
acto sagrado -un sacramento- como pretenden muchas de las iglesias evangélicas
y otras denominaciones y religiones dándole un carácter místico y experimental.
La Santa
Cena es un acto propuesto por el mismo Señor Jesús como celebración,
conmemoración, práctica del amor cristiano para enseñar las verdades del
Evangelio, y como parte del discipulado.
Sin embargo,
la Santa Cena, ha caído en el mercantilismo,
el ritualismo, la superstición para rebajar el valor sacrificatorio de Cristo y
desconocer su presencia real entre el pueblo de Dios. El comercialismo en el
que se consideran ingresos y gastos antes que el beneficio espiritual del
cumplimiento de la voluntad de Dios, también ha pervertido esta. Dos pecados
que destruyeron al pueblo de Israel y le apartaron de Jehová como ahora
destruyen y apartan líderes religiosos a las multitudes de Cristo, convenciéndoles
que así agradan al Creador y manteniéndoles en la ignorancia de la Palabra de
Dios y el poder del Evangelio. Así ocurrió en tiempo de Jeroboam. Es que
adulterios, fornicaciones, mentira, corrupción, latrocinios y otros pecados
dentro de las iglesias, son resultado del ritualismo y religiosidad tanto como
del materialismo.
La religiosidad
La Santa Cena fue
instituida por el Señor Jesús como celebración, conmemoración y práctica del
amor cristiano, no como un rito, no como una ceremonia llena de misterios. Pero
como es más fácil hacer lo contrario a la Palabra de Dios, como es preciso para
los religiosos que sus seguidores les sigan sumidos en su pecado, en su
ignorancia, para aprovecharse de ellos, primero determinaron que esta era tan
sagrada, que debería entenderse que el pan se transformaba realmente en el
cuerpo de Cristo y el vino en su sangre. Doctrina que se inicia en la iglesia católica
en 1242. Luego se determinó que puesto que el pan es el cuerpo de Cristo y que
el cuerpo contiene la sangre, no había para qué participaran del vino los
feligreses con el consiguiente ahorro de dinero. Pero en las iglesias
evangélicas aunque esta falsa doctrina está excluida, también le han dado tal
valor que solamente la realizan en ocasiones especiales o unas cuantas veces en
el año. Así mismo, se concede a la celebración un ambiente especial, místico y
se trata a los elementos como si fueran de veneración. Todo esto, para hacer
que el asistente se sienta en un ambiente y en un acto especial. Claro que el
Señor quiso que este sea un momento especial pero de unidad en Él y para
recordar todo lo que representa su sacrificio, pero que debía hacerse cada
semana como lo recoge el libro de los Hechos, aunque hay que reconocer que esto
representa todo un problema para la Iglesia porque demanda de mucho, como todo
lo que tiene que ver con la obediencia al Señor. Pero eso ya lo trataremos en
su lugar.
Comercialismo
El dinero mueve
el mundo de las iglesias y así ha sido desde que el Evangelio fue pervertido
por los falsos cristianos. Cuando la iglesia de Cristo pasa a ser la iglesia
Católica oficial del imperio romano con toda su idolatría, liturgia, filosofía,
se limita la participación de los creyentes en la Cena y se pasa a realizar un
servicio religioso que como parte de él, se brinda el pan y el vino. Nace la
misa como sacrificio ofrecido nuevamente por Cristo por los pecados de la
humanidad. Es decir que Cristo padece incontables veces como si su sacrificio
no hubiera sido suficiente para liberar a la humanidad de su pecado.
La Cena, El Partimiento
del pan, que realizaba la iglesia de Dios, queda en el abandono porque eso
demanda gastos y los líderes, jerarcas, pastores, obispos y diáconos no están
dispuestos a que se sacrifique parte de sus ingresos. Requiere cumplir con el
mandamiento de hacer discípulos enseñando la Palabra y eso no les conviene. Más
tarde y con el mismo fin, se decide que los feligreses no participen del vino y
se les da una oblea finísima que se parte entre ellos; todo con el ánimo de
ahorrar dinero.
LA SANTA CENA COMO CRISTO LA INSTITUYE
El relato es por
demás sencillo, como todo en la Palabra de Dios, siendo los humanos impíos, los
que considerándose más santos que el Santo y más sabios que el Hacedor de la
Sabiduría, le han dado interpretaciones, le han acomodado liturgia, le han
llenado de misterios.
Esa noche en que
el Señor iba a ser entregado, cena la pascua con sus discípulos, Judas
incluido. Es una ocasión en que no solamente se va a comer el cordero. Empieza
cuando Jesús en un ejemplo que nunca será completamente apreciado en toda su magnitud, lava los pies de los
apóstoles dándoles muestra de hasta dónde alcanza el amor de Dios y la humildad
del Soberano del Universo, para que los cristianos haganlo mismo. No que en
cada reunión tenga que haber una palangana para lavar los pies a los que
llegan, pero igual, tiene que haber el espíritu de atención, de servicio, de
preocupación por el bienestar de los demás, de humildad.
Ya quisiera ver a
esos pastores de jerarquía acomodando las sillas o barriendo el local,
sirviendo un vaso de agua a un hermano enfermo.
La Cena es
una cena
La Cena que
realizó el Señor Jesús fue eso, una cena, una comida en la que participaron
todos los apóstoles, incluido Judas de Iscariot que luego lo traicionó. La Cena
Pascual incluía, cordero, pan ácimo y vino. Esta Cena era y es entre los
judíos, un recordatorio de la liberación que Jehová les ofreció con despliegue
de su poder, para que al mundo entero -no solo de aquel tiempo- no le quedara
dudas de quién, cómo y para qué les había sacado de Egipto.
El Señor
Jesús como judío de nacimiento y practicante de esa religión, cumplió con el
rito y celebración, pero utilizó esta para ejemplificar una liberación
definitiva, mucho más grande, pero libre del ritual porque tiene un significado
distinto. Si la primera tenía como principal recordatorio de que todo pacto se
salda con sangre y se sacrificaba un cordero, la Pascua instituida por Cristo
tenía como sacrificio propiciatorio a Él mismo, el más excelso de los seres, a
la vez Dios. Este es un milagro, un misterio si se quiere, pero la demostración
del supremo amor de Jehová a la humanidad. Recuerde que nadie obligó a Cristo a
entregarse. Ni siquiera quienes pidieron su muerte tenían el poder de
determinarla como tampoco la tenían los verdugos; era Él mismo, Dios mismo, que
se entregaba para cumplir el propósito del Padre de constituir a toda la
humanidad que en ese Cordero creyera, en hijos de Dios, coherederos con Cristo
y liberados de la esclavitud al pecado y al mundo presente, con la esperanza
gloriosa de vida eterna. Así que esa Cena, es por mucho, más importante que
cualquier celebración cristiana o no. Ningún ser humano puede dar la liberación
que Cristo con su sangre, da a todos los humanos e incluso a la creación
entera.
Vea que,
luego de cenar, es decir, luego de comer,
como diríamos en nuestro medio: luego de merendar, el Señor Jesús pasó a
bendecir el vino y el pan y compartirlo. No era la costumbre dar un minúsculo
pedazo de pan o unas gotas de vino, era para completar la cena aunque con un
nuevo significado.
Cena y
discipulado
No podemos
separar la misión del discipulado (hacer discípulos) de la conmemoración de la
Santa Cena. Así lo enseñaron los apóstoles como parte de la vida del evangelio.
La primera gran conversión se dio como todas, por la obra del Espíritu Santo y
leemos que como resultado de eso, los nuevos creyentes permanecían en la
doctrina todos los días (en el discipulado) y en el partimiento
del pan, que es como
llamaron a la Santa Cena.
Leemos en el
libro de hechos que las iglesias se reunían el primer día de la semana
(domingo) para celebrar el partimiento del pan. En 1 Corintios, se les da a los
creyentes una reprimenda porque no iban a la Cena con el espíritu correcto;
unos comían demasiado en sus casas y en la iglesia hacían como si fueran muy
santos no compartiendo con sus hermanos y otros iban a llenarse de comida. A
los primeros les dice que tienen que disfrutar de la comida con sus hermanos y
a los otros que si tienen hambre o estómago grande, coman en su casa para que
no se atraquen. Les enseña que como parte de esta cena, se bendiga y comparta
el pan y el vino, pero no habla de que solamente se realiza esta parte de la
reunión. No, la recordación del sacrificio de Cristo, la validez del evangelio,
la realidad de la resurrección, la vida eterna en la mira, el ser hijos de Dios
y hermanos entre sí, era, debe ser parte de la cena, del disfrute de los
alimentos juntos.
Pero eso es
imposible para iglesias sumidas en la religiosidad donde los pastores y
feligreses se creen más santos que el Santo. Así pues algunas de esas iglesias
han llegado al paroxismo de no tomar vino sino jugo de uva o gaseosa por no
contaminar sus “santos labios” con el vino, como sí lo hizo el Dios del
universo.
Imposible
para las mega iglesias hacer la Santa
Cena como el Señor lo ordena y como la celebraban los cristianos, porque no están empeñadas en el discipulado,
sino en la cantidad de miembros a los que hay que esquilmar con el miedo de que
les vaya mal económicamente si no dan los diezmos, si no obedecen a los
líderes, si no cumplen con los rituales.
Es que la
Cena es una de las maneras de formar al discípulo porque tiene que aprender a
compartir, a respetar, a tener buenos modales a conocer y preocuparse de sus
hermanos y no solamente ir a sentarse en la banca cada semana con la biblia
bajo el brazo o a disfrutar del show con cantantes, danzarinas, orquesta y
prédicas deslumbrantes; todo pensado para agradar a los sentidos, pero nada
para enseñar la Palabra en forma real y práctica.
Es decir que
cada semana, cada primer día de la semana, los creyentes se reunían para
realmente vivir el cristianismo en unidad, amor, compartimiento, buenas maneras.
Celebración
La Santa
Cena es también motivo de celebrar, de ser agradecidos y felices porque es tal
el amor de Dios que por haber enviado a su hijo, nos ha hecho libres de pecado,
redimidos, hijos suyos, hermanos y coherederos con Cristo. Si la Pascua
recordaba a los judíos la liberación de la esclavitud de Egipto y la esperanza
en una tierra que mana leche y miel donde vivirían en paz y bajo el amparo de
Jehová, cuánto más la Santa Cena nos debe emocionar por todo lo que Dios ha
hecho por nosotros por toda la humanidad. Debe haber gozo, alegría, esperanza,
expectativa, seguridad.
El hecho
principal es que el sacrificio de Cristo es todo suficiente para declararnos
libres de pecado, que ya no somos pecadores, que si pecamos por nuestra
naturaleza, abogado tenemos que es el propio Señor Jesús, nuestro sumo
sacerdote. Ya no hay condenación sobre nosotros. Esa es la buena noticia, ese
es el Evangelio, ese es el motivo de ser felices y estar dispuestos a morir por
Cristo, porque así se cumplirá toda la bendición.
Conmemoración
La Santa
Cena es ocasión para recordar todo el proceso que se inicia con la promesa a
Adán y Eva de levantar una descendencia de la cual nacería el libertador de la
humanidad. El primer sacrificio presentado por Abel fue así mismo, la primera
muestra del valor de la vida para presentarse ante Dios. Luego cuando Abraham
está dispuesto a sacrificar a su hijo, Dios está dando otro modelo de cómo
habría de darse el sacrificio de Cristo. Ya con las especificaciones contenidas
en la Ley, el sacrificio debería hacer entender a los hebreos, que esa era una
representación de algo de mayor importancia y que en realidad no era la sangre
del animal en el holocausto lo que les limpiaba de pecado sino la fe en que
este era aceptado por Dios. Pero les mostraba además, que estos sacrificios
eran insuficientes pues deberían presentarse continuamente como continuamente
se peca. Era por tanto, preciso un sacrificio completo, total, todo-suficiente,
para realmente ponerles en buena relación con Dios y eso lo hizo Cristo. Para
nosotros que somos de los paganos o gentiles, es incluso difícil imaginar todo
lo que eso significaba para los israelitas. Tómese como ejemplo que en caso de
haberse dispuesto de un dinero dado en custodia, tenía que devolverse el dinero
y para quedar en paz al perjudicado momentáneamente, había que presentar un
sacrificio, sin este, no había reconciliación. Y así era para cada cosa.
En el primer
siglo, como era desde tiempos inmemoriales, había clases de personas que eran
consideradas menos siquiera que los perros. Millones estaban en la esclavitud y
mantenían el funcionamiento del imperio romano sin ningún derecho, viviendo en
las peores condiciones con la sola idea de morir para salir del sufrimiento
terreno y con la terrible expectativa de ir a otro peor en el averno. ¡Cómo
debió brillar en esos corazones el
mensaje liberador de Cristo! Fue como un reflector encendido en una noche oscura,
como si el sol mismo brillara. Ellos igual que los reyes y amos del mundo,
habían recibido especial atención de Dios que no tuvo reparos en enviar a su
hijo movido por el amor a la humanidad y en especial a los que sufrían toda
clase de injusticias. Cristo no les pedía cortarse la piel, entregar a sus
hijos para que sean castrados y puestos al servicio de los dioses crueles y
pervertidos que adoraban. Ese Salvador, no les pedía que entregaran a sus hijas
a la prostitución de los templos. La gente que quería estar en paz con Dios o
solicitar alguna merced, no precisaba caminar cientos de kilómetros ni
desollarse las rodillas en las escalinatas, no tenía que pagar a sacerdotes, no
tenían que lacerarse ni azotarse. Ahora tenían libre acceso al Dios de la gloria,
al hacedor de la tierra y el cielo, llamándolo padre “abú” “abba”, papá, mi
padre, mi papito, con la seguridad de ser escuchados. ¡Cómo debió alentar a
esas gentes, saber la esperanza maravillosa de pasar a ser hijos de Dios con la
seguridad de llegar a ser coherederos con Cristo, amados de Dios! Deberían eso
sí, confesar su pecado, arrepentirse, bautizarse como señal de fe y recibir el
Espíritu Santo. Dios entonces, ya no lleva cuenta de sus maldades y los
considera limpios, dignos, santos, aprobados porque Cristo ya pagó por ellos la
cuenta. Son y somos nuevas criaturas con otra oportunidad de vivir en forma
distinta y con la expectativa cierta de vida eterna. ¡Eso es el Evangelio! ¡Eso
es lo que se pregona en la Santa Cena!
Pero había
que enseñar a estas gentes una nueva manera de vivir que se corresponda con su
calidad de hijos de Dios y aprender la manera de vivir con Dios. Había que
hacer de ellos discípulos como Cristo lo hizo: viviendo juntos diariamente el
Evangelio y cenando con ellos como debe hacerlo ahora la Iglesia recuperando el
espíritu cristiano.
No es
necesario iniciar en un templo o en una iglesia como llaman equivocadamente al
sitio de reunión de los creyentes. Se
puede y se debe iniciar en la propia casa, con la familia: orar,
bendecir los alimentos, leer la Palabra de Dios, confesar los pecados,
arrepentirse mostrar la fe con vida santa antes de comer y luego partir el pan
y compartir el vino luego de bendecirlos, porque sin un nuevo nacimiento, sin
ser realmente cristianos, no hay verdadera bendición. Todos los que quieran
participar, deben hacer esto y luego pasar a bendecir el pan y el vino,
recordando el inmenso e insuperable valor del sacrificio del Señor Jesús que
nos limpia de pecado y su resurrección que es la garantía de la vida eterna. Se
finaliza con cánticos, pero recuerde, esto no es un ritual; si Dios ocupa el
primer y mejor asiento a su mesa, ¡cuán bendecida será su familia! Hágalo cada
semana.
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